jueves, 4 de octubre de 2012

A la memoria de un tirano.



En la revista D de Prensa Libre de fecha 30 de Octubre 2012, publicaron una entrevista que le hicieran a la última nieta del presidente guatemalteco que gobernara de 1871-3 a 1885, Justo Rufino Barrios.
El periodista tenía conocimiento histórico de muchos de los acontecimientos de la época y menciona al historiador Luis Beltranena Sinibaldi, pero no pude dejar de escribir el presente artículo al leer la opinión de la nieta.
Regularmente nadie habla mal de sus parientes ni amigos y ésta no es la excepción, ella se muestra muy ufana y orgullosa al tener un abuelo presidente, pero deja de mencionar todas la atrocidades, atropellos, matanzas, abusos, injusticias, vejámenes e iniquidades que hizo con un pueblo bajo las garras de un apátrida dictador.
Se casó con una bellísima mujer en el occidente del país, donde era venerado y sobretodo muy temido, la Señora Francisca Aparicio y Mérida, una mujer educada, culta y de gran belleza, quien naciera en Suiza. Adjunto al presente comentario la foto de la Señora Aparicio y Mérida que está en el Museo Del Prado, España, en ese entonces reconocida como la Marquesa de Vistabella.
Envié el artículo a la Prensa Libre y seguramente sacarán, si es que lo sacan, unas cuantas líneas de mi comentario, pero por si dejan la dirección del blog que utilizo, aquí encontrarán el artículo completo.



Estimados Señores:

Después de leer semejante atropello histórico relacionado con la nieta de Justo Rufino Barrios me permito hacer la siguiente aclaración en nombre de las numerosas víctimas del tirano, a quien intentan recordar como El Reformador, Justo Rufino Barrios.
Dicho nombre fue el inmerecido calificativo, quien su sobrino José María Reina Barrios, hijo de la hermana del dictador, Celia Barrios, le nombrara para engrandecer por los supuestos méritos a un supuesto héroe de la patria. Cabe recordar que él también fue asesinado por Sollinger, como lo fue su tío algunos años atrás.
La esposa de Barrios, reconocida por la historia, fue Doña Francisca Aparicio y Mérida; Soledad Garín fue una de las tantas mujeres con las que procreó infinidad de hijos, muchos de ellos bastardos. Doña Francisca emigró a San Francisco después de la muerte del dictador a California, donde conoció a un marques español que por su belleza y garbo logró que le adjudicaran el título nobiliario de marquesa de Vistabella, en honor a su gran belleza y educación. En el Museo del Prado se encuentra una pintura que confirma el porqué del título Vistabella.
La nieta de Barrios, muy ufana, comenta: “no hizo sufrir a la gente y mucho menos que gozara con ello”. Que terrible mentira. Mataba a quien no le hacía caso o estaba en su contra a garrotazos y los enterraba en la caballeriza de los soldados. Planeó una supuesta bomba en su contra, con el abyecto propósito de vengarse de los que consideraba enemigos. Encarceló, torturó y mató por el simple deseo de mostrar su poder.
El apátrida vendió gran parte del territorio nacional para congraciarse con México y los Estados Unidos y poder justificar su megalomaníaca idea de la Unión Centroamericana, planeando ser el presidente de dicha unión y por eso lo mataron por la espalda, como muere todo traidor.
El y Barrundia, su ministro plenipotenciario se repartieron los terrenos y propiedades que se les dio la gana, pagaron a sus tenientes con parcelas a las faldas del volcán de Fuego, en retribución del servicio prestado y por eso se llama La Reunión el lujoso club de golf, porque allí se reunieron todas esa parcelas que el déspota regaló.
Lo más espantoso de la entrevista con la nieta del dictador es el comentario de Ismael Cerna, seguramente no sabe o no quiere recordar que Justo Rufino Barrios masacró al padre de Ismael Cerna, a su caporal y los trabajadores que no lograron huir, solo por ser hermano del presidente derrocado, Vicente Cerna. Ismael Cerna fue perseguido por su famoso poema “En la cárcel” donde le escribe:

¡A mi no logras infundirme miedo
con tus iras imbéciles, tirano!…

Y te apellidas liberal ¡Bandido!
Tú que a las fieras en crueldad igualas,
tú que a la juventud has corrompido
con tu aliento de víbora que exhalas.
Tu que llevas veneno en las entrañas,
que en medio de tus báquicos placeres,
cobarde, ruin y criminal te ensañas
en indefensos niños y mujeres.
Tu que el crimen ensalzas y encarneces
al hombre del hogar, al hombre honrado;
tú, asesino, ladrón, tú que mil veces
has merecido la horca malvado.

En tanto, hiere déspota, arrebata
la honra, la fe, la libertad, la vida;
tu misión es matar: ¡Sáciate, mata
mata y báñate en sangre fratricida!
Mata, Caín, la sangre que derrames
entre gemidos de dolor prolijos.
¡Oh! Infame, el mayor de los infames,
irá a manchar la frente de tus hijos…

¡Hiéreme a mí que te aborrezco, impío!
A ti que con crueldades inhumanas
mandaste a asesinar al padre mío
sin respetar sus años, ni sus canas.

Quiero que veas que tu furia arrostro
y sin temblar que agonizar me veas,
para lanzarte una escupida al rostro
y decirte al morir: maldito seas.

Estas son sólo algunas de las estrofas del poema de Ismael Cerna que la Señora Dora Barrios menciona como contemporáneo y férreo opositor de su abuelo, pero se le olvida citar las primeras estrofas que escribió por solicitud del gobierno en mando a la muerte de dictador, y que aún después de todo lo que sufrió a sus manos, con generosidad escribió:

No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,
no llega mi palabra vengadora
ni a la viuda, ni al huérfano que llora,
ni a los fríos despojos de la muerte.
Ya no puedes herir ni defenderte,
ya tu saña pasó, pasó tu hora;
solamente la historia tiene ahora
derecho a condenarte o absolverte.
Yo que de tu implacable tiranía
una víctima fui, yo que en mi encono
quisiera maldecirte todavía.
No olvido que en un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la Patria mía.
Y en nombre de esa Patria te perdono.

No podemos, ni debemos, engrandecer y mucho menos absolver, a un tirano que vendió nuestra patria, robó, torturó y mató a su sabor y antojo. Por eso, en rechazo a su tiranía, intento nunca llevar en mi cartera billetes de cinco quetzales, porque lo considero una ignominia para el ciudadano guatemalteco que sea consciente, o por lo menos conozca los atropellos, tiranía y maldad que lo caracterizó.


Dr. Carlos Aragón-Rivas
caragonr.blogspot.com


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