lunes, 11 de julio de 2011

A Don Facundo


La raya, siempre la raya.

Pasé un fin de semana desagradable por su muerte inesperada, Don Facundo. Y lo peor, a manos de sicarios guatemaltecos que segaron su vida así como ciegan a miles cada año sin importarles nada más que hacer lo encomendado.
Usted Señor Cabral fue un impacto tan grande porque era mundialmente conocido y amado por su talento artístico y su filosofía tan simple pero directa y al grano, había tanto que aprender de Usted.
He intentado recordar su más famosa canción: “No soy de aquí, ni soy de allá” pero por más esfuerzo que he hecho no lo he logrado y tendré que buscarle en internet. No es el tipo de música que escucho, perdone y por eso no trae a mi memoria ningún recuerdo con que la pueda relacionar, así que insistiré una vez más, aunque termine más triste.
Me produjo un gran conflicto interno al pensar que era el “Mensajero de la Paz”, como le calificó la Unesco, y muriera de esa forma tan trágica, inesperada, indebida, inaudita, cobarde, insólita, sorprendente, inconcebible, atroz, pero… extrañamente y aunque nadie lo pueda creer, adecuada, conveniente y oportuna.
“Un sacrilegio” dirían muchos al leer lo que opino y creo, pero que solo confirma el convencimiento que tengo de la ley de la atracción y de la siembra y la cosecha.
Usted, Señor Cabral estaba en su última gira artística, padecía de cáncer del páncreas, tenía 74 años, estaba físicamente con múltiples padecimientos y quebrantos de salud, utilizaba bastón para movilizarse y en su último concierto nos dice, con su acostumbrada humildad: “No quería molestar a Dios, pero quería venir a Guatemala a dar las gracias, y no me imaginé volver”.
Aunque ésto suene, parezca y resulte una blasfemia, tengo que decirlo: no habría habido una mejor forma de morir para Usted, que la forma en que murió.
Si… Murió instantáneamente, ni se dio cuenta de lo que estaba pasando porque no está acostumbrado como nosotros a ver para todos lados al escuchar los tan frecuentes balazos que se escuchan a toda hora en nuestro país. Un arma de alto poder como el AK-47 con la que le acertaron en el tórax y la frente, no le dio tiempo ni tan solo a respirar y seguramente no se enteró en que momento murió.
Tenía cáncer del páncreas, una enfermedad mortal y fulminante que dudo mucho le habría permitido vivir más de un año.
Era el “Mensajero de la Paz” y lo trágico de su muerte lo convierte en un ícono, un héroe y será recordado, nombrado, mencionado y llorado como todo caudillo que lucha por la paz, el amor y la libertad, pero de los pocos que lo hacen, como Usted, con canto y poesía, un ser sin igual, no cabe duda. Perdone, debí haberle escuchado y disfrutado de su filosofía tan sagaz pero me he escondido en los académicos y en mis libros clásicos.
Pero medite Don Facundo, que habría pasado si dentro de un año o dos, leemos en el periódico: Facundo Cabral murió recluido en un hospital, lo consumió el cáncer del páncreas que lo aquejaba y que, al final, lo consumió. El mundo solo habría dicho: “una estrella se ha perdido” y habría sido recordado como un gran cantautor, un poeta, un escritor, un filósofo y soñador.
Le soy honesto, todo este acontecimiento tan inaudito me llevó a investigar su vida, su obra, sus canciones, su filosofía. Escuché varias de ellas: Con una flor en la mano, No soy de aquí ni soy de allá, Cuando un amigo se va y otras más y no pude evitar que las lágrimas corrieran por mis mejillas para desahogar mi alma del terrible dolor que sentía por una gran pérdida de un ser que fue todo amor y libertad, que privilegio habría sido ser su amigo.
Por momentos me invadía una espantosa vergüenza y desagrado al recordar al presidente de nuestro país tratando de dar excusas tontas, intentando leerlas de un papel mal redactado y con una monstruosa dicción y expresión, era casi imposible entenderle y por demás desagradable escucharle, me sentí tan avergonzado de lo que el mundo estaría escuchando y de la imagen que estábamos mostrando. Pero entre sus escritos está su concepto de los pendejos y me di cuenta que Usted sabía perfectamente de quienes estaba rodeado y de quienes se tenía que cuidar, lo único que no pudo evitar era lo que estaba por llegar, Usted bien lo dice:  “la vida no te quita cosas, te libera de ellas, te alivia para que vueles más alto para que alcances la plenitud”, ya dejó todas sus cargas y seguramente alcanzó esa plenitud que siempre llevó parte dentro de Usted.
Por último solo quiero recordarle que se puede librar del rayo pero nunca de la raya y cuando llega es inexorable, era nada más que su raya Don Facundo…  bienvenida y bendita raya que le evitó un final doloroso, difícil, sufrido, largo y sin tanta honra y honor como el que ahora lo inunda, colma y satura.
Que mejor muerte para Usted, indolora, inesperada, súbita y sobre todo, ensalza, magnifica, engrandece y honra su vida, su figura, su obra, sus pensamientos y su filosofía. “Yo no soy la libertad, pero sí, el que la provoca”… Dichoso usted, Facundo Cabral, murió por lo que vivió y pregonó, solo murió en su ley. Ya su madre lo había sellado con ese estigma al decirle a sus quince años: “Este es el segundo y último regalo que puedo hacerte; el primero fue darte la vida, y el segundo, la libertad para vivirla”.
Realmente creo que una estrella se perdió, pero dejó una luz que brillará por muchísimo tiempo que llenará muchos corazones de amor, libertad y sobre todo de paz.  Gracias, muchas gracias por lo que nos dejó.